martes, 22 de julio de 2008

Confieso que he bebido...


Me cuesta salir de cañas a diario... esto puede parecer una afirmación un poco tonta, pero es el síntoma más evidente a mis crapulescos ojos de que me hago mayor: acostarme tarde y ligeramente bebido me supone el drama de Edipo cuanto menos por la mañana.

Y cada vez más.

No te digo nada si me acuesto borracho como una rata... Buf, deseando estoy coger vacaciones... ¿Juerga y ver cosas?. Sí. ¿Dormir?. También –yo, que siempre dije que ya dormiría cuando estuviera muerto-. Sí, sin duda, algo en mí está cambiando.

Y la revolución es desde dentro, desde el estómago. Involución troskista-estomacal: si en un pasado no muy lejano digería piedras, ahora me entran ardores a la mínima (la mínima es a la décima caña o a la quinta copa). Me dice la gente que me ve con frecuencia que el problema de mi estómago no es tal, que el problema soy YO, que bebo mucho... Discrepo: el problema es que ya he bebido mucho. No bebo más que cualquier bebedor de mi edad y complexión, el problema es que lo llevo haciendo de forma impenitente desde los 16 años, a razón de una vomitona más o menos al mes... y eso no puede ser muy bueno, no señor. Y para qué vamos a hablar del tabaco o del marisco de CD...

Autodestrucción.

La última performance y el último bar están irremediable y absurdamente cerca.

Muy cerca de la parada de trenes al abismo -sólo regionales-.